martes, 24 de agosto de 2010

La autocensura una forma de desprecio por la vida








LA HUELGA DE HAMBRE DE LOS PRESOS POLÍTICOS MAPUCHE.

Viernes 20 de agosto de 2010

LA HUELGA DE HAMBRE DE LOS PRESOS POLÍTICOS MAPUCHES,
Por Sergio Grez Toso
La huelga de hambre iniciada el 12 de julio por los presos políticos mapuches de las cárceles de Concepción y Temuco, a la que se sumaron en pocos días otros pu weichafe (guerreros) recluidos en los presidios de Angol, Lebu y Valdivia, hasta totalizar más de una treintena de hombres resueltos a los más grandes sacrificios por lograr su libertad y la de su pueblo, ha puesto a prueba a todos los sectores sociales y políticos de Chile.

Aunque no es extraño que para el gobierno, los principales medios de comunicación, el gran empresariado, los partidos sistémicos y los aparatos de Estado, esta huelga constituya un “no acontecimiento” y por ende sea silenciada (¡el propio Ministro de Justicia declaró al cabo de un mes no saber nada al respecto!), resulta vergonzosa la indiferencia de gran parte de la opinión pública nacional, de muchas organizaciones sociales, de gente de izquierda y de intelectuales que normalmente aparecen asociados a la defensa de los Derechos Humanos. Si bien es cierto que el cerco mediático tendido por los consorcios que controlan los medios de información, especialmente la TV y la prensa escrita de tiraje nacional, ha creado una cortina de silencio y de invisibilidad en torno a la cruel realidad sufrida por el pueblo mapuche y sus más decididos luchadores, esto no excusa el mutismo de quienes por historia, tradiciones, declaraciones de principios y representatividad social, deberían hacer oír sus voces de manera potente. Ello no ha ocurrido. Solo los medios de información “alternativos”, dos o tres radioemisoras de cobertura nacional, un grupo minúsculo de parlamentarios, unas cuantas organizaciones defensoras de los Derechos Humanos, además de numerosos colectivos políticos y socio políticos dela vasta franja (especialmente juvenil) no representada en la institucionalidad política, y un puñado de personas de buena voluntad, han sido las excepciones que han salvado un poco el honor y dignidad del anestesiado pueblo chileno.
Mucha gente en la izquierda, la intelectualidad progresista y en el mundo asociativo popular ha callado o se ha limitado a declaraciones rituales sin desplegar sus fuerzas, capacidades e influencias para detener la acción represora del Estado chileno contra este pueblo originario.

Parece que no se entiende que las reivindicaciones levantadas por los presos políticos mapuches – no aplicación de la Ley Antiterrorista en las luchas sociales, desmilitarización de la Araucanía, no al doble juzgamiento (justicia civil y justicia militar) por los mismos hechos constitutivos de presuntos delitos, inhabilitación de los “testigos sin rostro” pagados por las fiscalías para incriminar a los acusados, garantías de justo proceso, término de las abusivas prácticas de “detenciones preventivas” que permiten a los fiscales mantener discrecionalmente encarcelados durante años a un acusado aunque no haya sido pronunciada una condena en su contra, entre otras- conciernen a todos los habitantes de la República de Chile. Numerosas personas no logran advertir que la lucha mapuche trasciende los intereses específicos de ese pueblo-nación ya que la defensa del medioambiente, de los Derechos Humanos y de las libertades democráticas son causas universales que deben ser abrazadas en toda circunstancia y lugar. En realidad, lo que estos sectores no alcanzan a percibir, es que la lucha mapuche por la recuperación de sus tierras ancestrales usurpadas bajo el amparo de la ley y de la fuerza del Estado de Chile, es parte de las causas de la humanidad progresista por salvar al planeta, a la especie humana y a las demás especies de una destrucción segura si no se detienen y revierten las consecuencias de un modelo económico productivista y depredador de los recursos naturales y humanos.

Enfrascados en sus particulares problemas sectoriales o gremiales, con sus organizaciones sociales destruidas, atomizadas o debilitadas por la implementación implacable del modelo neoliberal durante varias décadas consecutivas, desinformados sistemáticamente por los medios de comunicación de masas y sufriendo una anomia de representación política sin par desde hace más de un siglo, los sectores populares chilenos -salvo muy contadas y honrosas excepciones- han manifestado una indiferencia atroz ante el drama que desangra a uno de los pueblos matrices de su propia existencia. ¿Por qué razones quienes dicen ser sus portavoces y representantes no impulsan la movilización, por ejemplo, contra la Ley Antiterrorista heredada de la dictadura y aplicada profusamente por los gobiernos de la Concertación y el actual gobierno? ¿Esta apatía y quietismo se explica solo por el clima generalizado de despolitización que afecta a la sociedad chilena o es también el resultado, cuando se trata de la “cuestión mapuche”, de cierta dosis de inconfesado e inconfesable racismo?

Entretanto, las comunidades indígenas “en conflicto” han continuado sus movilizaciones y la huelga de hambre de los presos políticos mapuches ha entrado en una fase en que la vida de esos pu weichafe corre serio peligro. Para ello solo han contado con sus propias fuerzas y la ayuda de los pocos chilenos que han apoyado –por solidaridad, conciencia y dignidad- la causa mapuche.
Estos chilenos dignos también lo han hecho porque saben que, como certeramente señalaba un gran pensador revolucionario del siglo XIX, “un pueblo que oprime a otro pueblo no puede ser libre”. El recorte a las libertades individuales y a los derechos sociales; las desmesuradas e indebidas facultades de la Justicia militar; la acción abusiva de fiscales todopoderosos que no trepidan en recurrir a montajes y pagar testigos para “probar” sus acusaciones, que prohíjan torturas y tratos vejatorios, que extienden –a la manera del fiscal Ljubetic- su delirio persecutorio en contra de los familiares y amigos de los acusados, que ponen cortapisas al derecho a una adecuada defensa, y que encabezan campañas mediáticas para crear un ambiente propicio para que la opinión pública acepte condenas de hasta más de un siglo de presidio por supuestos delitos en los que no se produjeron víctimas fatales, son amenazas contra los derechos democráticos, que el pueblo chileno tarde o temprano experimentará en carne propia. Es de esperar que el efecto adormecedor del modelo neoliberal y del “pensamiento único” que impera desde hace varias décadas en la República de Chile se disipe antes de que sea demasiado tarde.
Sergio Grez Toso, Historiador.
Otro punto de vista:
El senador Walker y las huelgas de hambre
José Aylwin
Co director del Observatorio Ciudadano.
http://www.observatorio.cl/
http://www.luisemiliorecabarren.cl/?q=node/2237

HUILLIMAPU del Larkü, "Siempre Junto a los Pueblos"
Publicado por chiloeautonomo

lunes, 2 de agosto de 2010

mujeres de la tierra




T u p a c - K a t a r i
Mujer y Mundo Andino - Mapuches: Mujeresde la tierra

La etnia mapuche es la de mayor peso numérico dentro de la sociedad chilena, su historia restituye la beligerancia de siglos contra el dominio español y su posterior derrota (1881) por el ejercito republicano. Durante ese largo período, la guerra tiñó los avatares de la sociedad indígena. Así, los hombres se abocaron a la Iucha y a la producción ganadera, desplazándose por el amplio y autónomo territorio que dominaron. Las mujeres permanecieron reproduciendo el cotidiano doméstico y familiar, labraron la tierra, fracturaron, las vestimentas, modelaron los utensillos, criaron a sus hijos.

La estructura social mapuche era un tejido de linajes patriliniales que se vincularon entre sí a través del intercambio de mujeres. La exogamia y la patrifocalidad implicaron que ellas semovilizaran de su familia de origen a la de su marido. Las mujeres así, fueron el nexo que unió a los diversos agregados alianza parental y alianza política, profusión de bienes, parición de hijos que dan potencia al linaje. Un ulmen (hombre rico), un lonko (cacique jefe) lo era generalmente por medio de la poligamia (de preferencia sororal matrimonio de un hombre con varias hermanas) el casarse con varias mujeres traía como correlato el bienestar y el poderío (trabajo e hijos que engrosarían los konas (guerreros) de una familia); por otro lado, el linaje de la mujer recibía dones a cambio de la cesión de sus hijas en el rito del mafutun. De este modo, el segmento femenino mapuche fué una parte esenciál de la cohesión social de la etnia.

Cuando los guerreros fueron vencidos, la sociedad mapuche se vió acorralada, reducida, obligada a transformar su economía (de ganadera a campesina), a vincularse con el huinca (extranjero, no mapuche) en la desigualdad. No obstante, el ser mapuche comenzará a expresarse nuevamente en la resistencia. Las Ianzas serán enterradas; pero la identidad refulgirá en la situación reduccional. Una fuerte expresión de esa alteridad que braga por mantener su especificidad será la pertinencia de las mujeres. La mapuche insistirá en hablar el mapudungu (lengua de la tierra) a sus vástagos, irá a los mercados locales a vender sus productos vestida de Chamal, adornado de trarilonkos; curará a su familia con las medicinas del campo, rezará las oraciones al Chao Dios, soñará las viscicitudes del mundo. El hombre, más acosado por las relaciones con el blanco, no manifestará externamente su pertenencia cultural; pero se congregara en las sociedades políticas para luchar por sus derechos..

El Proceso reduccional entonces, agregará nuevos elementos a la posición de la mujer mapuche; ella continuará siendo la visagra que une a los distintos grupos familiares, ahora en una situacion de desaparecimiento de la poligamia (la escasez de tierra y riqueza la fueron anulando), con un mafutun más que nada simbólico; pero dentro de una estructura de parentesco patrilineal y patrifocal. Su aporte a la reproducción económica familiar será en la horticultura y la textilería cuyos productos servirán para las ”faltas" (el azucar, el mate, todos aquellos bienes que la unidad doméstica no produce).

La reducción traerá consigo, también, la migración femenina a las grandes ciudades. El empleo doméstico será el espacio que la mujer mapuche poblará en la urbe. Allí, discriminada, experimentando relaciones de patronazgo enfrentará el vínculo con el otro, con el huinca. Raramente Ia mujer migrante perderá los lazos con su familia natal; los ingresos que obtendrá por su trabajo seran enviados en especies o dinero al campo; concurrirá a los ritos tradicionales (gui-latún) y toda vez que la enfermedad la aqueje viajará a sanarse con las machis (chamanas). Adoptando a veces la representación externa de lo huinca, mantendrá su ser-mapuche, su identidad, como refugio ante la presión del mundo blanco.

El rasgo basal que asumirá la mujer mapuche en el proceso de inserción a la sociedad chilena será sin duda el de la mantención del discurso cultural. Su ser-madre, socializadora, transmisora de los valores que hacen posible reproducir la diferencia, la colocan en un lugar estratégico dentro de la resistencia social y cultural del puebio mapuche. Estos elementos podrían considerarse como de conservadorismo, de negación al cambio; pero trazan un movimiento de impugnación a las agresiones de la sociedad nacional que pretende velar las especificidades para, asi, negar la posibilidad de una "igualdad en la diferencia".

Las categorizaciones de lo masculino y lo femenino se despliegan al interior de una concepción que concibe el mundo bajo opuestos complementarios, en una unidad que estará conformada por dos elementos que son necesarias para que el universo se accione. Asi, no existirá una jerarquia de arriba/abajo sino de izquierda a derecha que no se corresponde con la valoración de negativo o positivo, bueno o malo, sino más bien representan fuerzas en constante tensión. Asi lo masculino y lo femenino estarán situados en la derecha y en la izquierda respectivamente. En la derecha esta el sol, el calor, el día; y en la izquierda luna, el frío, la noche.

La cosmovisión mapuche otorga un lugar singular a lo femenino, una ubicuidad doble. Puede estar tanto en el bien como en el mal. En el bien, en tanto las mujeres como chamanes (machis) son las depositarias del saber medicinal y mágico que entrega la divinidad para restablecer la salud de lo humanos. En el mal, en tanto las mujeres pueden llegar a ser kalku (bruja), poseedóras de un conocimientio malévolo entragado por las fuerzas negativas (huecuve) para dañar a las personas.

Bien y mal son fuerzas poderosas y estan virtuaImente representadas en el ser femenino. Así, la mujer expresa su potestad. Su manejo del mundo sobrenaturaI lo hace aparecer simbólicamente como una presencia vigorosa y dominante, con el imperio de dar la vida como tambien la muerte. Dentro de la armazón social, la vigencia de la patrilinealidad y patrifocalidad hacen apareceer a la mujer sujeta al linaje del marido a del padre, sin embargo al interior de las relaciones familiares los opuestos complementarios operarán. Hombre mujer tendrán sus espacios propios de decisiones y acciones. Así, las posiciones que asumen tanto el hombre como la mujer no serán jamas experimentados ni ”pensados” como núcleos de conflicto, sino que se vivenciarán como parte de un cierto orden del cosmos.

Y el orden cósmico es uno de los elementos cruciales que los mapuches bregan por preservar. La existencia de hombres y mujeres está determinada por las fuerzas sobrenaturales. La familia, la economía, la vida socia, la relación con el huinca pasa por la unidad indisoluble entre los humanos y las fuerzas divinas. Por eso, los ritos (guillatunes, machitunes, oraciones, etc.) son indispensables puesto que ellos devuelven la armonía perdida, reestablecen el orden del universo. De este modo, el ser-mujer, la identidad genérica de la mapuche, se constituirá desde la cosmovisión de su cultura, en la dinámica que imprimen las parejas de oposiciones y que la hacen poblar el doble territorio al que ya aludimos.

Creemos que esta posición de la mujer emanada del orden cultural, social y económico de la etnia mapuche unida al proceso histórico de las reducciones, hace restallar su figura en la resistencia de su pueblo y le otroga un lugar poderoso a su existencia. La mujer mapuche borda el recorrido de una memoria que se niega a desaparecer: en la ciudad o en el campo ella se comunicará con los antepasados, le transmitirá a sus hijos, en la lengua de la tierra, las imágenes fundantes de un orden y dirá incansablemente con sus gestos le que le enseñó su bisabuela a la abuela y su abuela a su madre. Madre ella, relatará la trama de los antiguos guerreros que perviven en el wenu-mapu (la tierra del cielo), tejiendo una historia de luchas, sembrando la indocilidad, germinando nuevamente la resistencia.